"Sólo una forma de vida en lo común permiten
escapar a las miserias del individualismo o disminuir las penas cuando la
tragedia nos alcanza”.
Guillermo
Rendueles Olmedo (Gijón, 1948) es psiquiatra y ensayista. Su obra, señala
Wikipedia, “se centra en la crítica de la psiquiatría ortodoxa, en la teoría
social y en la política radical”.
Rendueles
cursó sus estudios de bachillerato en el mismo lugar en que nació, la Academia
España de Gijón que dirigía su padre, y en el Instituto Jovellanos. Desde muy
joven recibió clases del filósofo anarquista José Luis García Rúa y en la
adolescencia inició su militancia en el Partido Comunista de Asturias.
Licenciado
en medicina por la Universidad de Salamanca en 1971 y doctor en medicina por la
de Sevilla en 1980 con una tesis sobre la izquierda freudiana, inició su
trabajo en 1972 como médico residente en el Hospital Psiquiátrico de Oviedo.
Participó allí en un movimiento antipsiquiátrico que promovió la transformación
de la asistencia de los enfermos mentales, lo que provocó una dura represión
del gobierno franquista y el despido de la mayoría de médicos de ese centro.
Tras realizar, como represaliado, el servicio militar en la isla de La Gomera,
continuó participando en los movimientos de renovación psiquiátrica en el
Hospital Psiquiátrico de Ciempozuelos y en el Hospital Provincial de Gerona.
Trabaja
desde 1980 en Asturias como psiquiatra del Insalud. Entre 1980 y 1989 fue profesor
asociado en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Oviedo. En 1989 se
incorporó como profesor tutor de Psicopatología en el centro asociado de la
UNED de Gijón. Ha sido impulsor de la Asociación Española de Neuropsiquiatría,
a cuya directiva ha pertenecido.
Tiene
publicaciones en una docena de libros en diversas editoriales españolas y casi
una centena de artículos en distintas revistas. Por algunos de esos trabajos ha
sido premiado por la Real Academia Española de Medicina (en 1982) y por la Asociación
Española de Neuropsiquiatría (en 1983). A principios de los años noventa, tras
haber estado cierto tiempo apartado de la actividad política, participó en los
grupos antimilitaristas que promovían la insumisión y volvió a colaborar con
colectivos y medios de comunicación de izquierda. Escribe regularmente en el
periódico asturiano La Nueva España.
Una de sus
publicaciones más conocidas, Egolatría, que en su día fue reseñada por
Santiago Alba Rico, puede verse en el apartado Libros-libres de rebelión
*
Si me
permite, déjeme iniciar la conversación con algunas definiciones, con algunas
delimitaciones conceptuales. ¿Qué tipo de enfermedades mentales trata la
psiquiatría?
En alguna
ocasión he manejado la metáfora de que la psiquiatría como Coche Escoba de la
medicina social, como práctica de cuidados que recoge todos los malestares que
no caben en las categorías científico- naturales de la medicina o los recursos
sociales. La medicina ofrece demagógicamente una definición de salud como “un
estado de bienestar y realización físico–psíquica” para toda la población .Como
es obvio que vivimos en una sociedad llena de sufrimiento y malestar no
reparables por tratamientos médicos ni ayudas sociales, cuando un dolor o una
queja no tiene un substrato anatómico clínico demostrable o es imposible de
encuadrar en las pedagogías sociales se le etiqueta como enfermedad
psiquiátrica y se le trata con ansiolíticos y antidepresivos que efectivamente
acallan el dolor. Todo ello para no confesar la impotencia del llamado estado
del bienestar para ofrecer una vida buena . El niño no educable en la escuela
acaba en el psiquiatra . El ama de casa quejica de dolores a los que no se le
encuentra causa física el psiquiatra la etiqueta de somatizadora y le da
ansiolíticos. El comercial que no duerme y abusa del alcohol de nuevo
ansiolíticos. Todo con tal de no cuestionar la escuela, el hogar o el comercio
como focos de alienación y mala vida que hay que transformar o destruir.
De ahí que
la practica psiquiátrica sea una práctica muy pretenciosa: ofrece mejoras para
toda clase de males y desde luego promesas que luego no puede cumplir. Como el
Bálsamo de Fierabrás los psiquiatras ofrecen remedios para toda clase de
situaciones: dirección del duelo para las catástrofes o la muerte de algún ser
querido, enfrentamiento al estrés laboral, dolor de enfermedades reales pero de
causa desconocida como la esquizofrenia o los trastornos afectivos. Todo acaba
en un totum revolutum llamado psiquiatrización de la vida cotidiana. De ahí que
la sala de espera de un psiquiatra sea un lugar singular donde coexisten desde
malestares banales secundarios a la vida cotidiana con los sufrimientos más
atroces de las psicosis o las grandes depresiones que terminan en el suicidio.
Para todos tiene el psiquiatra una palabra como un cura o una pastilla como un
médico o una rehabilitación como un masajista
¿Y qué
relación, si existiera, observa usted entre la psiquiatría y la psicología?
Los dos
gremios compiten en ofrecer remedios que psiquiatrizan o psicologizan la vida
cotidiana Ambas profesiones se proponen como remedios para todos esos
malestares que van del nacimiento a la muerte. La gente ha sido desposeída de
sus saberes comunes para criar hijos, para el sexo, para envejecer, para luchar
contra la explotación laboral y necesita técnicos que provistos de saberes psi
le enseñen a vivir. Psicopedagogos para criar hijos sanos mentalmente,
sexólogos para concebirlos, psicólogos para hacer duelo por la muerte de los
deudos, gerontopsicólogos para envejecer saludablemente y neuropsiquiatras
contra el mobbing.
Los
psicólogos limitan ese enseñar a vivir, limitan estas curas de la vida a
palabras y los psiquiatras ofrecen además pastillas que hacen distanciarse a
los sujetos de la situación invisible y con ello a tolerar mejor el dolor vital
. Ambos ofrecen lo que no pueden dar: remedios técnicos para resolver
sufrimientos sin romper los marcos de la situación que genera esos dolores y
que no son otros que individualismo o el mercado. La lucha por atender a las
poblaciones emergentes que buscan amo psiquiatrizador entre ambos gremios es
patética por parte de los psicólogos que piden intervenir en los centros de
salud con argumentos muy cercanos a la antipsiquaitría de los años 70 –la
enfermedad mental no es una enfermedad como las otras afirman con justicia -
pero afirmando que es el gremio psicológico con sus variadas escuelas y no las
redes populares quien pueden romper esa malaria urbana que hoy constituyen las
quejas encuadrables en lo psicológico o psiquiátrico.
Entonces,
psiquiatrizar y psicologizar son, según usted, tareas muy próximas.
Efectivamente.
En el sentido señalado de psiquiatrizar y de psicologizar, son tareas
similares. No se trata de sustituir una práctica psiquiátrica por una
psicológica sino de salirse de ambas redes que limitan los análisis y soluciones
populares al egoísmo y al calculo afectivo que hoy domina la ideología popular
y que psiquiatras y psicólogos refuerzan como aparatos del estado que son. Ante
un duelo o un despido ambos discursos recurren a metáforas economistas para
formular sus tratamientos: desinvertir afectos del muerto o el trabajo perdido,
volver a invertirlos. Cualquier situación se enmarca por ambos gremios en las
oscuras aguas del calculo egoísta que decía Marx. No conozco a nadie que haya
ido al psicólogo y le haya preescrito la lucha solidaria contra sus males sino
cuidar de sí en el marco intimista. Nadie que no haya ido y no le hayan dicho
que él no puede arreglar el mundo ni tiene culpa de sus desarreglos y que se
afane al carpe diem. De hecho leer un manual de autocuidado es una
incitación al egoísmo y muchos de los manuales para mujeres una auténtica
agresión a sentimientos altruistas: aprender a decir no, no amar demasiado,
calcular bien el intercambio afectivo para no salir defraudadas. En fin, una
especie de buen inversor no sólo en la bolsa sino en la casa o la cama .
Depsiquiatrizar
o depsicologizar la vida cotidiana supone recuperar un saber común que antes
tenía la mayoría de la gente para gestionar las situaciones de sufrimiento o
conflicto sin recurrir a unos técnicas psi o una pastillas con dudosa o
excesiva eficacia (las pastillas psiquiátricas son a veces demasiado eficaces y
permiten tolerar situaciones intolerables adormeciendo los sentimientos que
permiten cambiarlas). Para escuchar penas o aconsejar con prudencia cualquiera
de nuestro entorno sirve menos un profesional psi que no comparte valores ni
sentimientos y por ello los enmarcara en sistemas ideológicos de la escuela a
la que pertenezca.
¿La
tradición psicoanalítica ha dejado su huella en la psiquiatría actual?
La
psiquiatría actual está dominada por clasificaciones procedentes de la muy
poderosa Asociación de Psiquiatras Americanos. Hace una década impusieron una
clasificación de las enfermedades mentales llamada DSM III que excluyó
cualquier termino psicoanalítico como neurosis o histeria. Se pretendió con
ello una clasificación empírica y ateórica de los trastornos mentales que
supuso en la práctica el que los psiquiatras dejasen de pensar o interpretar la
relación de los síntomas psiquiátricos con la biografía de sus pacientes, para
buscar signos objetivos de enfermedades y tratar las enfermedades con
protocolos de consenso logrados por votaciones democráticas en los congresos
psiquiátricos. Una de las relaciones freudianas más tradicionales “las neurosis
son inversiones de las perversiones sexuales” desaparece de la DSMIII no por
ningún debate teórico sino cuando en esas votaciones desaparece la perversión
como categoría gnoseológica sin más explicaciones que el éxito del colectivo
gay en lograr votos .
En el fondo
la DSMIII nació por la impotencia de la psiquiatría o la psicología para
diagnosticar con precisión. Unos investigadores fueron ingresados como enfermos
y los psiquiatras fueron incapaces de detectar la simulación. El horror de los
años 70 en la academia psiquiátrica es que, al no poder identificar simuladores
o no ponerse de acuerdo en las peritaciones ante los juzgados para bajas
laborales, la administración excluyese a lo psiquiátrico del campo médico o del
pago de las muy poderosas compañías de seguro americanas. De hecho algunas
definiciones en la DSM dependen de un pacto con esas compañías para que no
empiecen a pagar seguros médicos a los esquizofrénicos antes de 6 meses que se
exige para el diagnóstico de esta enfermedad. La voluntad de ser empíricos y
ateóricos barrió toda la “epistemología de la sospecha” que Freud había
introducido para interpretar los síntomas psiquiátricos y dar sentido a la
enfermedad, para relacionar el sufrimiento psiquiátrico con los poderes
familiares que escribían la versión canónica y falsa de la infancia.
Hoy los
síntomas psicológicos -nuestras angustias o depresiones- son una especie de
equivalentes de unos trastornos de los neurotrasmisores que aunque nadie pueda
medir se suponen modificables con psicofármacos o terapias. De ahí que Freud
sea hoy un completo desconocido para las nuevas generaciones de psiquiatras.
Y eso para
no hablar de la izquierda freudiana que dio importantes materiales para las
revueltas contra el manicomio y la institución total de los años 70 y las
resistencias antiautoritarias al familiarismo. Lo psicoanalítico ha quedado por
ello como una escuela con escasa aplicación en la clínica real en parte por sus
propios errores sobre la centralidad del dinero de la cura tipo (Freud afirmó
que si el enfermo no paga dinero al terapeuta es poco probable que se cure y
casi seguro que no abandonará su terapia). La aplicación literal de esa
relación de medicina liberal de pago por acto médico impidió al psicoanálisis
implicarse en un modelo social en donde integrarse. Finalmente la regresión de
los psi que renuncian a formarse con la profundidad y el trabajo que exige
aprender psicoanálisis terminan de ensombrecer el futuro de las prácticas
psicoanalíticas .
Los
americanos dicen que el psicoanálisis es otra de las rarezas de Paris y el
número de pacientes tratados por analistas no llega ni al uno por mil de la
población psiquiatrizada en nuestro mundo.
¿Qué
significó aquella rebelión antipsiquiátrica de los años sesenta y setenta al
que usted hacía referencia? Estoy pensando en Coopper, en Bassaglia,…
El
movimiento de Psiquiatría Democrática que encabezó Bassaglia representó la
voluntad de dar la vuelta al sofisma del manicomio que eludía el análisis del
encierro en la génesis de la gran locura Lo mismo que en los zoológicos se
produce una conducta animal que no es la real en el manicomio se producía lo
que Bassaglia llamaba el Doble de la Enfermedad Mental. El manicomio producía
una locura que no era la de los pacientes sino la producida por el estigma y la
profecía autocumplida de la psiquiatría de la época que describía la locura
como peligrosa e irrecuperable. De ahí que todo el saber producido por la
observación de locos encerrados, es deci,r toda la psicopatología clásica era
un seudo saber parecido al de la zoología del parque de fieras. Categorías
psiquiátricas centrales como la esquizofrenia catatónica desaparecieron de los
libros cuando desaparece el encierro manicomial
Yo trabajé
en un manicomio cercano a Madrid donde los pacientes estaban internados y
diagnosticados en pabellones sintomáticos. Había pabellones de violentos,
incontinentes, crónicos cerrados, abiertos, etc. Por un derrumbe tuvimos que
repartir los internados del pabellón de violentos por el resto del manicomio y
la conducta violenta dejó de producirse en los enfermos que padecían la
violencia. La violencia no era por ello algo producido por el cerebro o la
enfermedad de los pacientes sino creado por la institución que los cronificaba.
Del
manicomio, el análisis bassagliano se extendió a otras instituciones totales
como el ejército, las fábricas, los internados estudiantiles y fue muy
productivo para las revueltas de mayo 68. De repente las masas en las fábricas
descubrieron que el sufrimiento laboral no tenía que ver con su trabajo real o
la producción, sino con las disciplinas que imponían gerentes y capataces. Los
movimientos de la Autonomía Obrera italiana deben mucho a ese análisis
postbassagliano en él que la fabrica se parece al manicomio o el cuartel en
falsificar las vidas de sus internados y en crear una vida doble de la real-
posible. Destruir los muros de esas instituciones fue la bella consigna que
salto de los manicomios a las cárceles, las fábricas o los cuarteles. La
esperanza de destruir ese archipiélago de instituciones que limitaban la vida
fue el último fantasma de la libertad que yo conocí.
En cuanto a
Coopper
Coopper y
Laing hicieron unos análisis más microsociales de la familia como institución
generadora de patología mental codificando figuras como los padres
esquizofrenógenos o las teorías del doble vínculo como substrato de la
comunicación autoritaria y enloquecedora que quebraba la identidad del sujeto
casi desde el nacimiento .
De nuevo la
locura era prefabricada desde la irracionalidad de la autoridad familiar.
Cuando se falsifica la percepción de las necesidades infantiles y una madre
afirma saber que su hijo tiene sueño y debe irse a la cama aunque el niño diga
no tener sueño se esta iniciando ese proceso de pérdida de saber íntimo que en
su extremo crea locura (la autoridad y la orden de vete a la cama se enmascara
en cumplir las falsas necesidades del niño como el mercado satisfará todas las
falsas necesidades del adulto). El discurso del padre aparece en esos análisis
como el eco directo de la voz del amo estatal, mientras la madre es una figura
más enloquecedora por su papel ambivalente entre la incitación a la sumisión y
las fantasías utópicas. Estos análisis fueron muy productivos para el
pensamiento antiautoritario y antifamiliar con propuestas de comunidades
terapéuticas sin terapeutas y en desenmascarar todas las trampas que el
lenguaje normal forjado en la intimidad crea en la enajenación cotidiana.
Gestionar la enseñanza de los sentimientos correctos, de cómo se debe querer
que constituía una función familiar central, saltó por los aires en esos años
gracias a los análisis de Laing
La derrota
de todo ese movimiento es hoy más que evidente, cuando las familias de enfermos
tienen un poder grande y piden tratamientos obligatorios o cerrados para sus
hijos y en la práctica están logrando la vuelta a unas disciplinas panópticas
cercanas a neo manicomios y al uso masivo de psicofármacos inyectables
quincenalmente como profilaxis de cualquier conducta violenta. Cada vez que hay
un acto violento de un paciente psíquico el clamor por el encierro no cesa y
las maldiciones contra la antipsiquiatria tampoco.
Afirmar que
aquello no fue un sueño y que efectivamente luchar contra el manicomio fue
luchar contra el orden o el familiarismo es hoy, más que un ejercicio de
memoria, una afirmación de la esperanza en rebrotes de la razón tras su
eclipse.
En las
enfermedades mentales, ¿la herencia genética es determinante? ¿Influye, de qué
forma, el ambiente social, la estructura familiar? ¿Depende de las
enfermedades?
Los
conceptos de enfermedad mental están mal definidos y por ello es difícil de
contestar a la pregunta de las influencias del ambiente o los genes. En los
grandes síndromes bipolares y esquizofrénicos la herencia parece indudable pero
es la herencia de una vulnerabilidad que no se parece al modelo del despertador
biológico preparado para que surja la enfermedad a la legada ala pubertad.
El brote
psicótico y las fases maniacodepresivas precisan de un desencadenante y una vez
desencadenada su evolución depende de cómo se trate y se prevengan las
recaídas. Si se la medicalaza en extremo o se la encuadra en profecía auto
cumplida -la locura nunca cura- se transforma en un proceso invalidente que
hace sujetos dependientes de por vida, que necesitan según los protocolos
actuales vigilancia y control perenne sin ninguna posibilidad real de alta
médica. Médicos y familias coinciden que ante el riesgo de recaída es
preferible tratamientos perennes.
Por el
contrario que se limite el tratamiento y el pronóstico positivo a episodios
psicóticos con perspectivas de cura, permite vidas en libertad que gestionen
con prudencia ese riesgo indudable de recaída que los genes provocan. Gestionar
ese riesgo desde lo autoritario y la profilaxis del “por si acaso recae que
tome neurolépticos de por vida” o aceptar el riesgo ”sin medicar por si acaso”
define hoy las posturas neomanicomiales o libertarias frente a las grandes
psicosis .
El resto de
los trastornos psíquicos -depresiones, angustias, trastornos de personalidad,
malestares por estrés- son falsas enfermedades que se etiquetan como tales para
individualizar sujetos frágiles para que puedan ser tratados con técnicas que
no pongan en cuestión el papel desencadenante de la mala vida urbana que está
en la base de sus sufrimientos. Ni el trabajo como lo conocemos, ni las casas
de vecinos que articulan nuestras ciudades, ni las familias realmente
existentes sobrevivirían sin la toma masiva de ansiolíticos que permiten
dormir, levantarse y aguantarnos unos a otros en esa especie de cloaca
sobrepoblada en que vivimos. Los procesos de etiquetado y psicologización de
esos malestares que permiten sean vividos en privado y no se colectivicen
completan el papel apaciguador y distanciador que permiten las categorías
psiquiatrizantes y los psicofármacos.
A finales de
2008 el New York Times informaba que más de la mitad de los 28 especialistas
encargados de preparar la próxima edición, prevista para 2012, del DSM-IV-TR: Mental Disorders.
Diagnosis, Etiology & Treatment, el Manual Diagnóstico y Estadístico
de Trastornos Mentales por excelencia, mantiene algún lazo con empresas
farmacéuticas. Ya en 2006, investigadores de la Universidad de Tufts
denunciaron que el 56% de los encargados de revisar el DSM habían tenido al
menos un nexo monetario con un laboratorio entre 1998 y 2004. El porcentaje era
aún mayor entre los expertos que trabajaban en enfermedades mentales más
graves; la esquizofrenia por ejemplo. Concretamente, según el NYT, uno de los
psiquiatras firmantes del DSM había ejercido de consultor de trece laboratorios
diferentes en los últimos cinco años (entre ellos, algunos de poder tan
inmenso, y casi inabarcable, como Wyeth y Pfizer). ¿Es así? Una situación de
dependencia o subordinación de este orden, ¿puede alcanzar esta dimensión?
¿También en España?
Un
ansiolítico –el lorazepan, propiedad de uno de los dos laboratorios que
mencionas– es el fármaco más vendido en España por encima de la aspirina o los
analgésicos En general en apenas 20 años los psicofármacos han pasado de ser
algo marginal en las ganancias de los monopolios farmacéuticos a ser sus
productos estrella y ello sin que se halla producido ningún descubrimiento
importante en sus laboratorios. Los trastornos psiquiátricos se diagnostican
como en la medicina del siglo diecinueve por la escucha de los síntomas de los
usuarios y no por ningún mediador interno sobre el que podamos medir la
eficacia de los fármacos para aliviarlos como en el resto de la medicina del
siglo xx. Frente al antidiabético que para ser mas eficaz que el anteriormente
comercializado y vendido, debe normalizar las cifras de azúcar de cada enfermo
que lo usa, los psicofármacos solo deben hacer ver o escuchar que el paciente
dice encontrarse un poco mejor que con la anterior pastilla sin modificar
ningún marcador material de mejoría. Obviamente ese carácter no objetivo es el
sueño de cualquier mercader que quiera vender pastillas que como las diferentes
marcas de coches sean un poco mejor que los de la competencia.
Los antiguos
antidepresivos o neurolépticos son igual de eficaces que los nuevos para
atenuar los síntomas de enfermedad como a duras penas tienen que reconocer sus
fabricantes. Varían solo en que producen menos efectos secundarios: el Prozac
(del otro laboratorio del que hablas) se empezó a recetar a miles de enfermos
en América no porque fuese un antidepresivo más eficaz que el anafranil sino
porque no engordaba o secaba la boca como sí hacía este. Pero su valor
económico pasó a multiplicarse por miles de euros.
Un
psicofármaco contemporáneo para el tratamiento de la esquizofrenia suele costar
más de 100 euros y a veces más de 200 al mes frente al haloperidol igual de
eficaz que puede costar 2 euros aunque produzca más efectos secundarios .
El uso de
psicofármacos es además un mercado cautivo y un psicótico un cliente seguro
desde los 20 años hasta la muerte si se siguen lo consensos dominantes hoy en
psiquiatría. Como decía, al ser fármacos que a diferencia del que trata la
anemia no tiene que demostrar su eficacia en protocolos rigurosos, sino en la
observación del medico que lo trata y rellena cuestionarios, son tremendamente
sensibles a la propaganda y la influencia del recetador que decide la mejoría o
empeoramiento de acuerdo con su ojo clínico por desgracia tremendamente
sensible al los reclamos de los laboratorios farmacéuticos que gastan cifras
millonarias en manipular a los psiquiatras como intermediarios de ese mercado.
Todo ello
define un merado especial: enormes ganancias, no objetividad del producto,
dependencia del fármaco elegido de la decisión del psiquiatra. Por ello la
propaganda sobre el psiquiatra que los prescribe determina unas relaciones
profesionales mercantilizadas de las que casi nunca se habla entre los
profesionales que se aprovechan de las migajas del sistema
No hay un
solo congreso psiquiátrico en la que sus asistentes se paguen inscripción o
viajes sin el apoyo de la industria farmacéutica, industria que sin presionar
directamente sobre los psiquiatras (en mi experiencia es raro el “recétame y te
pago el viaje a América”) obviamente genera unos mecanismos de agradecimiento
que hace una rareza los antiguas reuniones de psiquiatras críticos o
contraculturales. Los congresos de las asociaciones de psiquiatría, en teoría
de izquierda, son en ese sentido tan dependientes de la industria farmacéutica
como las de la derecha y sus congresos tienen el mismo estilo de grandes
hoteles y banquetes en restaurantes caros, antaño reservado a los mandarines de
la medicina.
Cambio de
tercio. Usted ha señalado recientemente que el hecho de que el 30% de la
población obrera asturiana afectada por reconversiones acuda hoy a los Centros
de Salud Mental ejemplifica un desastre: “el viejo orgullo del proletariado que
“sabia quién era” está siendo substituido por personalidades pasivo
dependientes que buscan en los ‘psi’ tutela, pastillas y consejos para
reconducir su vida según un régimen de servidumbre voluntaria”. ¿Por qué habla
usted de servidumbre voluntaria? ¿Qué podrían hacer entonces los
trabajadores/as afectados?
Si me
permitís la pequeña grosería, lo que buscan en salud mental los trabajadores
agobiados se parece al que para buscarse amores se va de putas. Ante el horror
real de la vida cotidiana, todo el mundo sufre y necesita que alguien le
escuche, afecto, consejos prudentes o incluso mimos que alivien el horror
económico. Buscarlo en un profesional que cobra del estado por esos menesteres,
y no comparte las realidades del trabajo o el barrio o puede tener unos valores
tan opuestos al consultante como ser del opus dei (una de mis pacientes dejo de
ir al psiquiatra después de dos años, cuando supo que su terapeuta no estaba en
consulta por ir de cacería) parece una confusión vital más que como aquel
borracho busca la llave no donde la ha perdido sino donde el ayuntamiento
ilumina.
Frente a esa
ayuda profesionalizada que coloniza la vida desde un saber poco creíble (hay
multitud de escuelas psi), el pueblo debería colectivizar su dolor y acumular
valor para mirar de frente lo que oferta la vida en el mercado, sin edulcorarlo
con la falsa promesa de que cuando la cosa vaya mal algún psi de la “seguridad
social” me ayudará aunque yo no tenga redes solidarias en que apoyarme.
Aprender que
el malestar no depende de su psique individual sino de las relaciones de
explotación y sumisión al imaginario de deseos que nos hace vivir por encima de
nuestras posibilidades con modelos de clase media es la amarga verdad que la
población trabajadora se niega a ver. Saber que si me encierro en el egoísmo y
la búsqueda de salvación en el intimismo cuando esa vida íntima se me derrumba
y, por ejemplo, se muere mi objeto amoroso o pierdo el trabajo, ningún
profesional me puede ayudar realmente porque ningún profesional puede sentir
conmigo a sueldo, puede ser un primer paso en esa renuncia a las falsas
promesas. Solo desde las viejas solidaridades, de hablar cada mañana con los
compañeros y salir a tomar sidra o vino tras el trabajo para maldecir al patrón
o comentar los azares de San mercado con la esperanza que algún día todo ese
sistema caiga, fue vivible una cotidianidad tan dura como la del trabajador
fabril tradicional. Sólo lo acogedor del barrio, de los lugares donde uno está
entre los suyos, sólo los vínculos con los compañeros y sus familias y una
forma de vida en lo común permiten escapar a las miserias del individualismo o
disminuir diluyéndolas en lo colectivo las penas cuando la tragedia nos
alcanza.
Si cada uno
va de su casa al trabajo, se encierra en el familiarismo y en los grupos de
aficiones comunes, está condenado a tener un alto riesgo de terminar en el
psiquiatra como el que acude al lupanar a buscar amores profesionales.
El
precariado en el que vive una gran parte de los trabajadores españoles,
autóctonos o no, ¿está afectando a su salud mental? ¿Hay cifras al respecto? Se
habla de una epidemia de depresiones que afecta al 30% de la población y hay
barriadas obreras donde es más normal haber pasado por las consultas de salud
mental que no haber necesitado ayuda psiquiátrica a lo largo de la vida .
La miseria
subjetiva que la vida en precario crea es la imposibilidad de crear esos
vínculos serenos de los que hablaba más arriba para describir la cotidianidad
de la clase obrera tradicional. Un niño tiene un vínculo sereno cuando puede
jugar en el parque sin mirar continuamente a su madre porque sabe que ella va
estar a allí cuando se caiga. Uno puede arriesgarse en la vida y ser un
activista social si sabe que tiene una red social amplia que cuando la
desgracia le alcance va a tener solidaridades múltiples. Esos lazos solidarios,
esos vínculos serenos necesitan tiempo y tradiciones de identidad. Desde el
colegio los antiguos trabajadores codificaban sus gustos y sus maneras al
imaginario de clase que los protegía y los endurecía del mundo hostil de los
señoritos: sabían que los melindres o la depresión no eran para ellos, que al
tajo se iba a sufrir pero que la vida podía permitirles devolver golpes a ese
mundo de la burguesia si permanecían juntos. Sin tiempo para estar juntos y sin
coger a cita que las viejas tradiciones obreras les proporcionan los precarios
están perdidos: ni identidad colectiva, ni defensas de clase les protegen. La
ideología del Pícaro, la vieja astucia del lazarillo para burlar y sacar las
ventajas que puede parece ser la tendencia subjetiva preferente en el
precariado que corre como puede entre amos desalmados buscando cobrar del paro
o las bajas médicas es lo que se ve de nuevo desde las consultas de salud
mental.
El termino
depresión es un cajón de sastre que quiere decir malvivir o incapacidad de
autogestionar la vida sin ayudas profesionales. Afecta a sectores de población
más colonizadas por el intimismo: mujeres, precarios sin redes sociales
sólidas, viejos sin compañía que las han perdido, jóvenes renegados de su clase
y aspirantes a trepar socialmente. Frente a ellos la vulnerabilidad a la
depresión se invierte cuando el tiempo de trabajo o la organización de
actividades crea grupos con identidades solidarias que se suponen pueden durar
toda la vida. Frente al voluntariado social que crea grupos ligeros que llama
H. Bejar de malos samaritanos los viejos sindicatos, los grupos comunistas, las
comunidades religiosas, creaban vínculos e identidades sólidas que endurecían y
“empoderaban” (hacían sentirse dueños de sí) a sus miembros frente a las crisis
vitales que el propio tiempo genera. Se decía aquello de un comunista nunca
está solo porque suponía que cualquier trabajador podía ser su amigo y que las
edades del hombre -juventud, madurez, vejez- tenían unos rituales tan cercanos
a lo religioso que hacía que incluso la muerte fuese aceptada como un pasar la
cita con la historia a las generaciones venideras. Si esa identidad se licua y
el precariado no permite enlazar la vida individual con esos colectivos y esas
tradiciones la cotidianidad se convierte en ese cuento lleno de ruido y furia
contado por un idiota que fácilmente busca sentido-consuelo en el psi. A ese
sesgo cognitivo de buscar ayuda fuera de los iguales, en los expertos, en la
técnica es lo que llamo proceso de servidumbre voluntaria que ni siquiera es
consecuente con la ideología egoísta que ha elegido y que enlaza con el
prototipo de Lázaro de Tormes que he propuesto líneas arriba.
¿Cómo cree
usted que está afectando la actual crisis, esta crisis cuyo fondo no acabamos
de entrever, a las gentes trabajadoras? Las amenazas de despidos, de cierres
patronales, de reconversiones, ¿taladran su conciencia?
La crisis
continua un proceso de contrarrevolución que aumenta la egolatría del sálvese
quien pueda y la cobardía colectiva para pelear por un mundo radicalmente otro.
Todas las crisis sociales son oportunidades para cambiar la historia. En esta
que nos ha tocado, las clases populares van a salir más desestructuradas y
derrotadas de lo que entraron: perderán la batalla sin ni siquiera haber
peleado. Viejas palabras como ocupación de fábricas, autogestión,
nacionalizaciones son fósiles lingüísticos para unos colectivos sindicales que
como en el chiste sólo piden a sus señores quedarse como están .
Se parece
por ello esta derrota obrera a esos experimentos de Indefensión Aprendida en
que los animales de experimentación sometidos a castigos en una piscina se
dejan morir cuando aún tienen energías objetivas para pelear. El dolor
colectivo y la ansiedad producida por el riesgo de neopobreza está como las
malas salsas sin ligar por ninguna organización que le dé forma y salidas
colectivas .
De continuar
la tendencia actual las capas populares saldrán subjetiva y objetivamente más
maltrechas de lo que entraron y a mi juicio se acentuarán tendencias
reaccionarias que difícilmente imaginamos desplazando la rabia contra los
emigrantes y no contra los poderosos. De cualquier forma la historia no está
nunca escrita del todo y como escribió Brecht en su imprescindible “Oda a la
dialéctica” los derrotados de hoy son los vencedores del mañana. Pero para
ello, quizás perder la esperanza de buena vida en el mercado o en los
bienestares de la psicologización es un paso imprescindible para salir de esa
indefensión y decidirse a pelear con las fuerzas que aún quedan.
¿Qué puede
hacer un psicólogo, un psiquiatra ante la desesperación de estas personas
trabajadoras? ¿Decirles que hagan la revolución?
Puede tratar
de encuadrar ese sufrimiento subjetivo en lo impersonal, impidiendo el proceso
de individuación o de culpabilización que añade miseria psicológica a la
económico-social. Saber que el paro toca como “la lotería al revés” tranquiliza
a quién busca causas y remedios psicológicos de su malvivir en su biografía
preguntándose qué hice mal. Tratar de crear vínculos no profesionales entre
parados, entre personas con sufrimientos etiquetados de depresivo-ansiosos y
dar formas de interpretar la angustia-depresión en un marco colectivo que
busque agrupar seudoenfermos en redes de apoyo y consumo paralelo pueden ser
sugeridas desde las consultas .
Los
fundadores de Alcohólicos Anónimos persistieron en beber mientras iban de
psicólogo en psiquiatra por todo el mundo. Dejaron de beber y crearon la red de
autoayuda más potente del planeta, cuando tomaron conciencia que en la ayuda
mutua se podían crear las redes y técnicas que evitan beber. Siempre me ha
parecido un ejemplo a seguir .
El
movimiento feminista tiene experiencias similares: las de Boston lograron
reapropiarse de unos cuerpos mutilados por la ginecología. Tener valor para
pensar y actuar desde la experiencia acumulada puede lograrse desde a confesión
de impotencia profesional de los psicólogos o psiquiatras si tuviesen honradez
para autoevaluar realmente su practica real tan poco eficaz en aliviar el dolor
subjetivo.
Usted ha
afirmado que “bajo rótulos psicoterapéuticos, determinados aparatos
burocráticos constituyen dispositivos de producción de identidades destinados a
individualizar el sufrimiento producido por la crisis y evitando así cualquier
estrategia colectiva”. ¿Es una estrategia consciente en su opinión? ¿Es una
subordinación a los intereses del capital?
Uno de los
rasgos centrales del nuevo espíritu del capitalismo es que no necesita
conciencia o ideología dominante para imponer su dictado: con que se consuma y
se sometan las poblaciones al régimen de necesidades que la propaganda crea… A
los grandes monopolios no le importa el pensamiento de la gente .
En ese
sentido la psicologización no es una práctica consciente del capitalismo porque
no la necesita. Simplemente con que el pueblo se encierre en su casa, su pareja
y olvide los viejas identidades basadas en grupos naturales, la victoria de san
mercado está asegurada. Si no hay un Nosotros desde el que vivir y el yo
sucesivo es el único punto desde el que se reflexiona el capitalismo puede
dejar flotar a esos individuos y que escojan cualquier ideología que no recree
esos vínculos. Precisamente el anticlericalismo de los postmodernos atufa a ese
deseo de liquidar incluso la ideología comunitaria que en tiempos les sirvió y
que en lo que tiene de Nosotros Identitario les resulta una paradójica
resistencia a pesar de lo anticuado de sus protestas.
Quizás al
Estado y a los políticos sí les interesa aparentar una eficacia de la que
carecen para influir en la vida real de las personas e ideoligar una seguridad
social frente a los azares económicos suponga un mecanismo de evitar el
desinterés de la población sobre lo político. Afirmar que al menos el estado
puede dar escuela y centros de salud desde la izquierda puedes ser un mecanismo
de fidelizar unas masas ya convencidas de la inanidad del estado para influir
en el paro o la vida real.
Salud y
mental y relaciones de producción capitalistas, ¿son términos que permiten
conciliación en su opinión? ¿El capitalismo, por el contrario, es enemigo de la
salud mental de las personas?
Los efectos
patológicos del capitalismo sobre la salud mental no nacen de una voluntad
maligna que hacía gritar a la Bruja Avería “Viva el Mal. Viva el Capital!” sino
de que en su necesidad de multiplicar sus ganancias vendiendo nuevas mercancías
precisa crear necesidades continuas en las personas y por ello se transforma en
un sistema que necesita producir identidades basadas en una especie de
glotonería consumista que no se satisface nunca. ¿Cuánto es bastante? se
responde desde el mercado con un Nunca que genera ansiedad continua en las
personas. La sobriedad y la configuración de unos gustos y unas satisfacciones
al margen de las seudonecesidades creadas desde la ideología capitalista son el
primer paso para adquirir una difícil salud mental siempre cercadas porque
algún fetiche ofrecido por la publicidad -tal viaje, tal coche, tal casa-
acierte a enlazar con alguna perversión propia y nos haga vender la vida para
cambiarla por dinero para comprar esos productos dotados del encanto mágico de
la mercancía que adquiere lo interiorizado como deseo. El sujeto tal como lo
conocemos es tan voraz y tan maldotado de Hibris de falta de freno a sus
ansias, que precisa un sistema muy racional para contenerse .
Vivir
sobrios y ser un poco mojigatos me parece un consejo prudente en estos tiempos
de exhortación a liberar el deseo o atreverse a todo como signo de salud
mental. Reprimirse frente a la desublimacion represiva de la que nos hablaba
Marcuse como característica del postcapitalismo es una reflexión necesaria a
pesar de que suene a pensamiento reaccionario.
También
usted ha afirmado que los estudios de epidemiología psiquiátrica señalan a que
la conciencia de clase, el capital social, es un remedio “que atempera la
vulnerabilidad y aumenta la resistencia frente a la depresión por estrés
laboral”. ¿Por qué? ¿Cómo actúa positivamente “el grado de reciprocidad y
confianza en las relaciones formales e informales entre personas, que facilita
la acción colectiva en búsqueda de beneficio mutuo”? Recordaba usted que un
impecable estudio finlandés sobre 35.000 trabajadores mostró ese capital social
como mejor preeditor de riesgo-protección para superar la crisis.
Se ignora a
veces que los estudios de Elton Mayo que dieron cobertura a la ideología
taylorista que liquidó la cultura de clase en las grandes industrias americanas
es el estudio de un psicoanalista que reconvierte cualquier queja contra el
capataz o el patrón en proyecciones de una mala imagen familiar. Sus largas
entrevistas a las obreras de General Electric tiene un formato psicodinámico
donde afirma que tras el odio de clase se trasluce los fantasmas edípicos
de odio al padre. Es decir, el malestar en la fábrica sería un rencor vertido
en la fábrica pero construido en lo familiar. Convertir a cada gerente en un
psicólogo fue la receta que tanto éxito dio a la productividad taylorista:
“tras cada demagogo hay un neurótico” fue la fórmula que permitió el
tratamiento individualizado del malestar obrero etiquetado de resentimiento.
Los
psicólogos de empresa buscan por ello identificar a esos sujetos inadaptados
para desactivar cualquier colectivización o protesta que sume malestares, para
tratar individuo a individuo esa “proyección” del sufrimiento intimo que se
vierte en la fábrica
Unos pocos
estudios analizan los colectivos activando su memoria colectiva, analizando lo
que hay de común en las humillaciones de la cadena cuando hay que pedir permiso
para ir a mear o cambiarse el támpax con independencia de la personalidad o la
historia individual. En esa memoria grupal se descubre lo poco individualizada
que es la neurosis del trabajador que vive como fatiga y daño físico-psíquico
la reducción de su vida a tiempo de trabajo. Se puede incluso medir como
aumentan los consumos de alcohol o las rupturas de pareja en relación a crisis
laborales .
La miseria
de las organizaciones sindicales se puede visualizar en su incapacidad para
articular esos estudios que posibilitarían un relato colectivo del daño laboral
sin reducirlo al esquema de estrés y laboral productos de depresión- ansiedad
en función de la vulnerabilidad personal.
La cultura
psicológica del norte de Europa conserva restos del antiguo pacto social que
permitía sustituir la cogestión por medidas sindicales muy ligadas a la base
que dejaron una magra cosecha de estudios sobre el papel protector de la
asamblea en la higiene mental de los trabajadores frente a los comités de
seguridad en el trabajo. En ese sentido los equivalentes empíricos de la
conciencia de clase -asistencia a asambleas, participación en comités de salud
laboral, construcción de redes amistosas desde la fabrica- suministran
protección eficaz frente a bajas laborales por depresión- ansiedad.
Apuntaba
también usted en una carta al colectivo de Espai Marx que cuando alguien se
siente acosado en una empresa su única defensa real son las relaciones
horizontales con sus compañeros, con esas relaciones las que le pueden permitir
analizar su sufrimiento en términos colectivos y encontrar apoyos reales en ese
colectivo. ¿Qué tipo de apoyo puede encontrar un trabajador desesperado entre
compañeros no menos desesperados en ocasiones?
La escucha
de alguien que vive las propias condiciones laborales ya es terapéutica porque
a diferencia de la escucha psicológica es una escucha enmarcada y no descontextualizada
en la que se comparten valores y se puede actuar sobre la situación real que
genera el malestar. De esa escucha siempre nacen formas de micro solidaridades
que se traducen en pequeños actos de resistencia y sabotaje a los ritmos
laborales o a los abusos de los de arriba. En un taller de calderería cuando
entraba el ingeniero comenzaron a caer herramientas desde los andamios a su
paso con lo que las visitas s e hicieron infrecuentes. Tras algunas cenas
navideñas en unos astilleros gijoneses los coches de los encargados aparecieron
pintarrajeados. Tras las fiestas de comadres en Gijón las obreras del textil se
reafirmaron en no abandonar un encierro que duró años. De esos contactos
esporádicos basados en escuchas mutuas, a salir del trabajo y compartir
cotidianidad creando esas redes y esos vínculos que permiten construir un
Nosotros y unas rutinas comunes no hay mucha distancia y me parece el único
manual de supervivencia que conozco frente al individualismo que termina en una
especie de narcisismo egotista en la que cualquier perdida afectiva lleva a la
depresión.
Hace muy
poco ha fallecido Carlos Castilla del Pino. ¿Qué ha significado Castilla del
Pino en la historia reciente de la psiquiatría española?
Perdón por
citarme pero he escrito un largo articulo sobre Castilla del que fui buen amigo
que podéis reproducir en vuestro portal. En él por decirlo de forma sintética
afirmo que mientras su figura era aclamada por la psiquiatría de izquierda
durante sus reuniones, la práctica real de esos psiquiatras progresistas se
correspondía mejor con la del gran psiquiatra del franquismo López Ibor . Este
afirmó como tesis central que “las neurosis eran enfermedades del ánimo que no
precisaban psicoterapia sino antidepresivos”. No hay apenas ningún neurótico
hoy en España que no reciba dosis medio altas de antidepresivos de acuerdo con
esas tesis. Como en tantas cosas el tirano dejo las cosas atadas y bien atadas
y mientras en lo ideológico se alaba a Castilla en la practica se actúa con las
ideas y la lógica del franquismo.
Finalmente,
hablando una vez más de memoria histórica, un psiquiatra militar, el señor
Vallejo Nájera, calificó a los rojos españoles de enfermos mentales. Propuso
tratarles como tales y creo que lo consiguió. ¿Era eso saber científico,
ideología psiquiátrica, fanatismo envuelto en términos pseudocientíficos?
Vallejo
Nájera fue una fiel expresión de las contradicciones del franquismo. Escribió
textos sobre la simulación psiquiátrica que llevaron al paredón a bastantes
rojos que trataban de hacerse pasar por locos, escupió sobre los
internacionalistas con unos estudios epidemiológicos repugnantes, moralizó a
mujeres y niños creando en los años cuarenta unas instituciones de represión
llamadas Patronatos de Protección a la Mujer que vigilaban y castigaban las
faltas al amoral monjil que el dictador impuso. Para colmo escribió un tratado
de psiquiatría basado en la psicología de Santo Tomas de Aquino con apartados
sobre la patología de la voluntad y otros disparates similares que fue obligado
manual en las facultades de medicina franquistas.
Pero frente
a la mayoría de la psiquiatría republicana no se apuntó por motivos religiosos
a apoyar la eugenesia de los pacientes mentales que fue el crimen capital de la
psiquiatría del siglo que entonces se iniciaba y que muchos de los científicos
de izquierda con base en el darwinismo apoyaron. Lafora, el gran psiquiatra de
la República, bien entrados los años cuarenta, aún defendía la esterilización
de los pacientes mentales graves . Varios científicos e intelectuales de la
Liga para la Reforma Sexual encabezada por Aurora Rodríguez aprobaban el “uso
del gas ciclón para eliminar las vidas sin valor” .
En ese
sentido yo he mantenido en algunos texto como hay muy poco que oponer a la
psiquiatría fascista representada por Vallejo porque enfrente no hay ningún
psiquiatra al servicio de la razón liberadora. Había una práctica psiquiátrica
republicana defensora del manicomio provincial, una higiene mental basada en la
eugenesia terrorífica, el tratamiento del pánico del soldado cercano al frente
para reintegrarlos al matadero y un largo horror que hace difícilmente
defendible la contradicción entre una psiquiatría fascista frente a otra de
izquierda. Ambas formaban un totum revolutum en que había muy poco de bueno.
Gracias,
gracias por su tiempo y por sus generosas y solidarias respuestas.
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